
Somos un colectivo político-artístico que desde hace dos años aproximadamente venimos trabajando “la calle”, desde nuestro arte y militancia política. Muchas y muchos de ustedes nos han conocido como La Comparsa, y nos habrán encontrado cantando y danzando para cada 26 en las marchas por la presentación con vida de nuestros compañeros normalistas, o en la marchas con las compañeras y compañeros de Atenco quienes dignamente defienden su territorio, o en el Estado de México luchando con las compañeras organizadas ante los tantos feminicidios que azotan esta triste realidad. Compartimos nuestro trabajo en varios y distintos momentos políticamente significativos para nosotras y apoyando también distintos espacios autogestivos.
La calle es nuestro tiempo del abrazo, de la rabia, del sano odio, mudanza de los deseos y la piel sabia. Nuestra geografía del encuentro, mar de contradicciones, chinampas enterradas y cemento que nubla las visiones. En esta calle, poniendo nuestros cuerpos y nuestras creaciones, buscamos una politización y democratización radical de la práctica artística. Ante el sistema capitalista neoliberal que nos quiere individualidades tristes y violentas, reivindicamos la alegría y organización colectiva construyendo sentidos de mundos justos y dignos para nosotras.
Como casi cada mes, el pasado 26 de noviembre fuimos a marchar con los padres y madres de Ayotzinapa. Nos colocamos en un espacio en el que estábamos rodeadas y rodeados principalmente por maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Recién empezada la marcha, un hombre perteneciente al contingente se acercó a una compañera nuestra, la tocó sin su consentimiento y se sacó una foto con ella; y cuando la compañera fue a encararlo, el hombre reaccionó de manera agresiva con comentarios sexistas y misóginos. A esas alturas ya no podíamos seguir tocando y bailando, abandonamos la marcha para poder acuerpar a la compañera y cuidarnos como colectivo. Empezamos a reflexionar sobre lo sucedido y ahora decidimos narrar este episodio no para señalar a la persona que acosó, ni para instrumentalizar la vivencia de la compañera, sino para dejar en claro que lo ocurrido no es un hecho aislado, ni casual, ni tampoco un asunto privado y que como colectivo no lo podemos dejar pasar.
Lo sucedido es un ejemplo del acoso callejero constante al que las mujeres están sometidas en sus andares en la ciudad y que, al ser una forma de violencia que no deja rastro visible, está sumamente naturalizado e invisibilizado. Se nos hace fundamental situar el acoso callejero como parte de un continuo de prácticas a través de las cuales se está reproduciendo una pedagogía de la violencia que tiene su expresión más brutal en las 9 mujeres que son asesinadas a diario en este país, en medio de la impunidad y el silencio. Es importante entender que toda expresión de violencia machista responde a una lógica común de dominación y control de las mujeres, la cual es pieza clave para el mantenimiento de las estructuras heteropatriarcales que apuntalan el sistema capitalista. El patriarcado atraviesa nuestras vidas, y es necesario enfrentarlo desde dentro de nuestros espacios y nuestras relaciones.
Ante esto, hacemos un llamado a todas las organizaciones con las que caminamos juntas y nos consideramos parte de una misma lucha (como a nuestras compañeras y compañeros la CNTE), a tomar conciencia, ahora más que nunca, de la importancia de nombrar y visibilizar todas las formas en que se expresa la violencia machista. No solo la que es impuesta externa y estructuralmente a nuestras organizaciones, sino también la que surge de nuestros mismos espacios de lucha y movilización, y cuándo quiénes la protagonizan son nuestros propios compañeros. Es importante que cuestionemos nuestras prácticas cotidianas y generemos espacios que propicien la formación de una conciencia feminista en nosotros. También hacemos un llamado a todas las organizaciones con las cuales reivindicamos la calle como espacio de lucha, a estar atentas y actuar colectivamente en este espacio, a cuidarnos ante este tipo de situaciones, a no callarlas y a señalar y denunciar a quienes incurran en estos tipos de violencias.
Ya lo entendimos hace mucho tiempo: la lucha contra la opresión de clase va de la mano con la lucha antipatriarcal y antirracista. Ahora nos toca actuar y alzar la voz, hermanar nuestras luchas y llevar a la praxis la comprensión de que no podemos rebelarnos contra un tipo de opresión y dejar impunes otras.
No luchamos por ser mujeres sumisas
sino jaurías furiosas, sin sus permisos ni sus misas
no para ser sus duros machos patriarcales con huevos desechos
el hombre sólo puede ser hombre cuando camina derecho.
La Comparsa
